jueves, 16 de junio de 2011

Flora de Bogotà

Artículo de Natasha Salguero publicado en la revista "Retrovisor"

FLORA DE BOGOTÁ: QUIMERA, ARTE Y POLÍTICA

CORREN LOS VIENTOS DEL TIEMPO

La Ilustración está cambiando la faz de Occidente. España, y mucho más sus colonias, van a la zaga. Los muros visibles e invisibles (especie de cortina de hierro impuesta por el monopolio español) que rodean a las colonias las vuelven inaccesibles para el flujo de las ideas, el comercio, los cambios. Trabas y restricciones devienen de la escasez y dificultad de los pocos transportes y de las estrictas prohibiciones que impone la corona, sobretodo en el comercio. Se trata también de impedir que las ideas peligrosas, de libertad, por ejemplo, invadan e impregnen los vastos -y aún ricos a pesar del saqueo- territorios americanos.

La ciencia misma es considerada una amenaza para el pensamiento oscurantista que proviene de la católica España, que todavía mantiene, a mediados del siglo XVIII, aunque ya de capa caída, al Santo Oficio. En las universidades de las colonias se estudian básicamente latín, jurisprudencia, teología y moral. Las ciencias médicas, vinculadas a las naturales son vistas con recelo, al igual que las matemáticas y astronómicas.

Sin embargo de todas estas limitaciones, Los científicos franceses han medido ya el arco del meridiano terrestre, hace menos de tres décadas, en la Real Audiencia de Quito, cuando José Celestino Mutis llega a Santa Fe de Bogotá en 1760, como médico personal del Virrey Messía de la Zerda, Conde de la Vega de Armijo.

Ya corren los primeros vientos de libertad en las colonias americanas de España. La Ilustración hace lo suyo y hay hombres y mujeres que conforman el círculo de la intelligentia local. No faltan hombres de pensamiento y de inclinación científica, como lo fuera Pedro Vicente Maldonado, que asombrara en la mencionada visita a los sabios franceses.


MOMPOX

El Magdalena, caudaloso y tranquilo se enfila hacia la mar océana. Al fondo, el son de tambores y cantos de voces nostálgicas. Las casas, que perdurarán por siglos a pesar de humedades y calores, de jejenes, mosquitos, sapos y murciélagos. Los habitantes, apacibles, abren las puertas de sus casas que se convertirán dos siglos después en bienes culturales de la humanidad. En días de fiesta, la epqueña ciudad explota de músicas y danzas y ron y aguardiente y deliciosos bocados. Las frutas del trópico desbordan los huertos. Mimbres traídos de Europa, finos muebles españoles joyas de oro, vajillas de plata. En las hamacas se mecen a estas horas, en sus respectivos lugares, amos blancos y servidumbre oscura, con tonalidades de bronce y óxido. Pieles bruñidas por el trabajo y el sol del trópico neogranadino. Décadas más tarde, descansarán allí los ejércitos del Libertador, con el ilustre venezolano a la cabeza.

Pero, por ahora, estamos en 1762. En un viaje hacia La Honda, pasa Mutis por Mompox. La vegetación desborda sus ojos. Los cambios de un clima a otro, de una diversidad a otra en el mismo día le reafirman su anhelo y propósito de estudiar, registrar y clasificar toda esta infinita variedad de especies. Flores, frutos, hojas, lianas, hierbas. Esta multicolor fiesta le invita y le incita. La persistencia de la imagen y la opulencia de la flora instigan su vocación de naturalista. Sus maravillados ojos europeos no cesan en su asombro. Como le sucedió a La Condamine en su viaje de Esmeraldas a Quito. Desde la cima septentrional del Pichincha, éste vio por primera vez Quito y los valles que la rodean. “A medida que descendía, el clima cambiaba de manera insensible, pasando gradualmente del frío extremos la temperatura de los mejores días de mayo. Muy pronto pude ver todas estas cosas más cerca y más distintamente. Mi sorpresa crecía a cada instante: pude ver, por primera vez, flores, botones y frutos en pleno campo sobre todos los árboles: vi sembrar, labrar y cosechar el mismo día y en el mismo sitio.” (La Condamine: 1986: 13)


LA EXPEDICION BOTÁNICA

Para llegar a Nueva Granada, José Celestino Mutis no tuvo que pasar las penalidades ni vencer los obstáculos que casi treinta años antes habían encontrado los académicos franceses en su Misión Geodésica para medir al arco del meridiano terrestre y constatar la forma achatada de la Tierra. Desdeñando oportunidades de estudio y de títulos académicos más altos en Europa, Mutis, a la sazón de veintiocho años, ha decidido acompañar al Virrey por su amor a los viajes y al estudio de la naturaleza. Prefería mil veces –se dice- observar una flor que utilizar el bisturí. Sin embargo, tuvo que esperar años antes de cumplir la misión que se había impuesto, y que había comenzado por su cuenta y riesgo, de registrar la flora de estos suelos americanos. El celo del Virrey lo acaparó para sus propios intereses. Por lo pronto, el talentoso naturalista perseguía una quimera. Pero este hombre poseía, entre otras virtudes, una asombrosa tenacidad y una notable capacidad de observación.

El siguiente Virrey, el Arzobispo don Antonio Caballero y Góngora, hombre de cultura, decide auspiciar y favorecer su propósito de proseguir la magna obra que se conoce como Flora de Bogotá.

Mutis no quiere limitarse al estudio de las variedades y especies de la gran sabana. Ha descendido al trópico para continuar su asombro y su maravilla. Va brevemente a La Mesa, para establecerse luego en Mariquita, Tolima, donde la generosidad del progresista Virrey le ha proporcionado casa, jardín y solar. Llega con pasión investigadora, equipo humano, instrumental y bastimentos.

Treinta y tres (mágico número) años durará esta misión, llamada por la Cédula del Rey “Expedición Botánica”, la que, al decir de Carlos Mauricio Vega, no será ni tan expedición ni tan botánica. La empresa cambiará la faz de la actual Colombia más de lo que cambió en Quito la Misión Francesa. Mientras esta última tuvo que afrontar la sospecha, la suspicacia, la desconfianza y las crisis financieras, la de Mutis se convirtió en lo que hoy llamaríamos organización gubernamental descentralizada con partida presupuestaria propia. Es decir, tenía sedes espaciales, oficinas, sueldos. Ocho de los años transcurrieron en Mariquita y veinticinco en Bogotá, a donde se trasladó por orden del siguiente Virrey, Ezpeleta.

En esta misión, resume el mismo Vega, trabajaron “cincuenta personas, entre pintores, herbolarios, científicos y estudiantes… que llevaron a cabo esta empresa científica y cultural… Y sus actividades no fueron únicamente botánicas: también se trabajó en los campos astronómico, zoológico, geográfico, farmacéutico, matemático y artístico.” (Vega, 1983: 24). Los empeños de Mutis eran tan vastos como sus talentos. Entre sus logros se halla el cambio y ampliación del pensum universitario. El mismo dicta la primera cátedra de matemáticas y abre el campo para los estudios astronómicos y científicos en general.

ARTISTAS QUE VAN Y VIENEN

La concreción de su obra botánica debía completarse con dibujos y pinturas de cada planta estudiada, para lo cual requirió de pintores. “Bajo la dirección del sabio se formó experto dibujante Pablo Antonio García, que se separó de él a fines de1784. Para reemplazarle, llegaron de España, enviados por el Rey, los pintores José Calzado y Sebastián Méndez, el primero formado en la Escuela de Pintura de Madrid y el segundo discípulo de Antonio Rafael Mengs. Ambos defraudaron la expectativa de Mutis. (Arte de Ecuador, 1878:50)

Trabaja, en cambio, con dos artistas locales que permanecerán con él durante todo su largo periplo científico: con Salvador Rizo, que fue también talentoso administrador, y con Francisco Javier Matís. Por entonces, la fama y el comercio activo de imágenes religiosas habían prestigiado a la Escuela Quiteña, que era, en términos modernos, un movimiento artístico integrado por pintores, imagineros, escultores, talladores, grabadores, plateros y orfebres de notables talentos y conocimientos de sus artes. Los maestros se agrupaban en gremios y cofradías y tenían talleres con discípulos.

El Virrey escribió al Presidente de la Real Audiencia de Quito para que le enviara artistas. El maestro José Cortés de Alcócer envió a sus dos hijos, Antonio y Nicolás, además de Vicente Sánchez. Por su parte, el gran Bernardo Rodríguez envió de su taller a Antonio Barrionuevo y Antonio Silva. Es significativo que, luego de firmado el contrato, el grupo de artistas salió de Quito en noviembre de 1787 en la compañía de don Juan Pío Montúfar.

Más tarde contrató Mutis, de la misma manera, a nuevos grupos de artistas quiteños que viajaron en diferentes momentos: Francisco Villarroel y Francisco Javier Cortés; Mariano Hinojosa, Manuel Rueles y José Martínez. José Xironza, Félix Tello y José Joaquín Pérez.

Aunque Mutis en La Mariquita pasara las horas más ardientes del día sumergido en la tina de baño, y en Bogotá sentado ante su escritorio, los pintores iban y venían. En la síntesis biográfica que Humboldt hiciera de Mutis, se dice: “Celoso del cumplimiento de los deberes que él mismo (Mutis) se había impuesto, no pudo emprender excursiones más allá de la capital, pero envió pintores vinculados a su expedición a las regiones cálidas y templadas que rodean la sabana de Bogotá. Artistas españoles cuyos talentos perfeccionó con sus indicaciones, formaron en pocos años una escuela de jóvenes dibujantes indígenas. Indios, mestizos y naturales de razas mezcladas revelaron condiciones extraordinarias para imitar la forma y el color de los vegetales.”(El regreso de Humboldt, 2001: 60)

Aquí el sabio se equivoca: la escuela ya estaba formada y no todos los pintores eran indios, mestizos y naturales de razas mezcladas. Recibieron, es cierto, la dirección precisa de médico español para perfeccionar sus dibujos de las plantas. Dice Humboldt, a continuación: “Los dibujos de la Flora de Bogotá se pintaron en papel Grand Aigle, a partir de la selección de las ramas más cargadas de flores. El análisis o anatomía de las partes de fructificación se incluía en la parte inferior del dibujo. Por regla general, cada planta se representaba en tres o cuatro pliegos, en color y en negro. Una parte de los colores se extraía de sustancias colorantes indígenas desconocidas en Europa. Nunca se ha ejecutado una colección de plantas con más lujo ni en mayor escala.”(Ibíd.: 60).

“Cuando Humboldt y Bonpland visitaron Bogotá en 1801 y disfrutaron de la noble hospitalidad de Mutis, éste calculaba para entonces el número de dibujos para entonces concluidos en dos mil, entre los cuales se admiraban cuarenta y tres especies de pasiflora y ciento veinte de orquídeas. Estos viajeros quedaron sorprendidos por la riqueza de las colecciones botánicas formadas por Mutis y por sus dignos discípulos Valenzuela, Zea y Caldas y por los pintores más hábiles.” (Ibíd.: 60) La colección llegó, a la muerte de Mutis en 1808, a casi siete mil láminas.

Es sugestivo anotar que las inquietudes intelectuales de los criollos ya hacían observaciones y registros de nuestros recursos naturales, saberes, historia y geografía. En 1779, exiliado, el Ocioso de Faenza – como firma sus estudios literarios Juan de Velasco, el ilustre historiador nacido en Riobamba- escribe, con la ayuda de su prodigiosa memoria y de los pocos apuntes salvados cuando la expulsión de los jesuitas, la Historia del Reino de Quito. En el capítulo sobre el Reino Vegetal, dentro del tomo de la Historia Natural, Velasco describe parte de la flora nativa, clasificada por sus propiedades prácticas. Unas doscientas especies endémicas son mencionadas según sus usos y aplicaciones. La descripción es morfológica y las especies se suceden en orden alfabético. Las clasifica como: plantas medicinales; vegetales que tienen diversos usos para tejidos, tintes, cañas y barnices; vegetales que son especiales por sus flores; árboles de maderas valiosas; bálsamos, gomas, resinas y aceites; especerías para los guisos; palmas infructíferas, pero útiles para techar, o tejer sombreros o comer; palmas de cocos comestibles; palmas de dátiles y las palmas de corozo. Un apartado importante describe las frutas comestibles de diversas plantas y árboles, raíces comestibles, las legumbres y hortalizas.

TRÁNSITO DEL PAISAJE

Toda la empresa de José Celestino Mutis, que tenía como objetivo el fomento del reino, deviene en poderoso leudante de los procesos sociopolíticos que se hallaban latentes en el Virreinato de Nueva Granada y en la Real Audiencia de Quito. En forma inocente, el médico y naturalista español, en sus empeños de ampliar los horizontes de las ciencias naturales, médicas y matemáticas, se ha convertido, por los dones de su perseverancia y conocimientos, en motor de importantes cambios y en eje de un movimiento cultural de resonancia política. La reunión de talento artístico, de la curiosidad científica, de la investigación y la reflexión era explosiva. El médico había formado, sin pretenderlo, un foco infeccioso desde donde irradiaban las ideas de la Ilustración. Los nombres de sus discípulos neogranadinos tendrán notoriedad en los levantamientos independentistas que comenzaron en 1810 en Bogotá. Allí están Zea, Caldas, Nariño, Girardot, Pombo, Acevedo, Ricaurte. Casi todos fueron fusilados por los españoles al ser aplastadas las primeras insurgencias. Entre los pintores, se sabe que Salvador Rizo fue fusilado luego de hacerle empacar toda la colección de láminas, que poco después fue enviada al Jardín Botánico de Madrid y que Francisco Villarroel fue sometido a prisión por revolucionario y murió un año después. No sorprende entonces que los primeros artistas quiteños que llegaron a Bogotá fuesen acompañados por el prócer de la Independencia Juan Pío Montúfar, que intervino en el levantamiento de Quito del 10 de agosto de 1809, también trágicamente reprimido más tarde.

Las Resonancias de la Flora de Bogotá fueron políticas y culturales. Y en el arte, la observación minuciosa de nuestra biodiversidad botánica hizo que los artistas valoraran más nuestro entorno. El tránsito de ese arte básicamente religioso, inclinado hacia la tragedia y el dolor de la muerte de Jesucristo y la hagiografía de mártires, se enriquece y se transforma con la mejor incorporación de la riqueza natural de este trópico tan luminoso, cenital, ecuatorial.

Natasha Salguero


Fuentes de consulta:
Arte de Ecuador (siglos XVIII-XIX). Barcelona, Salvat Editores, 1977
El regreso de Humboldt. Quito, Mariscal, 2001
La Condamine, Charles Marie de. Diario del viaje al Ecuador. Quito, s/e, 1986
Lafuente, Antonio y Mazuecos, Antonio. Los caballeros del punto fijo. Quito, Abya Yala, 1992
Vega, Carlos Mauricio. Ni tan botánica ni tan expedición, en Magazine dominical de El Espectador N 5. Bogotá, Cano Izasa, 1983
Velasco, Juan de. Historia del Reino de Quito en la América Meridional, Tomo I. El Comercio, Quito, 1946